Me
llamo
Ashanti,
y
hoy
os
voy
a
contar
mi
historia,
nací
en
Jartum,
en
Sudán,
aquí
no
llueve
mucho,
pero
los
animales
son
buenos,
ellos
nos
dan
de
comer.
Mi
madre
me
puso
de
nombre
Ashanti,
que
en
nuestro
idioma
significa
“gracias”,
soy
la
mayor
de
cinco
hermanos,
y
dicen
que
gracias
a
mí,
mi
madre
fue
bendecida
con
el
don
de
la
fertilidad,
me
siento
orgullosa
de
llevar
este
nombre.
Pasé
los
primeros
años
de
mi
vida
como
las
demás
niñas
de
mi
poblado,
mi
madre
me
trataba
con
cariño
y
yo,
la
ayudaba
con
la
recolección
de
cereales,
en
el
cuidado
de
mis
hermanos
pequeños,
en
la
cocina,
y
todos
los
días
iba
a
por
agua
al
pozo
más
cercano,
me
acompañaba
mi
hermano
Caleb,
él
es
valiente
y
no
le
importa
ayudarme.
Todo
parecía
normal,
hasta
que
llegué
a
la
edad
de
los
diez
años,
mi
padre
anunció
que
pronto
llegaría
mi
día
especial,
que
debería
estar
entusiasmada
y
contenta,
pero
yo
no
lo
estaba,
tenía
mucho
miedo,
me
habían
hablado
de
lo
que
era
la
ablación,
y
no
quería
pasar
por
eso,
muchas
niñas
contraían
peligrosas
enfermedades
e
infecciones,
y
otras
muchas
directamente
morían
debido
a
este
ritual
“divino”.
Mi
madre
no
quería
que
me
practicasen
la
ablación,
pero
mi
padre
la
amenazaba,
yo
lo
escuchaba
todo,
aunque
mi
madre
me
lo
ocultaba,
no
sabía
porqué.
Mi
padre
intentaba
tranquilizarme,
me
decía
que
no
podría
tener
hijos,
porque
sería
infértil,
además
ningún
hombre
querría
acercarse
a
mi
en
ese
estado.
Los
días
pasaban,
y
con
las
primeras
gotas
de
la
temporada
de
lluvia,
llegaban
las
lágrimas
debido
al
miedo
que
sentía.
Quince
días
antes
de
mi
“Gran
Día”
como
lo
llamaba
mi
padre
y
los
ancianos
de
mi
poblado,
fui
aislada
junto
con
dos
mujeres
a
una
casa
apartada
del
resto,
ahí
se
estaba
bien,
bebía
y
comía
todo
lo
que
quería,
además
podía
estar
jugando
todo
el
rato,
y
eso
me
extrañó.
La
noche
antes
de
mi
ceremonia
no
podía
dormir,
estaba
muy
nerviosa
y
no
paraba
de
sudar,
no
quería
correr
el
mismo
destino
que
las
demás
niñas.
Todavía
era
de
noche
cuando
oí
algo
fuera,
parecían
pasos
pero
no
era
de
ningún
animal
nocturno,
eran
de
mi
madre
cargada
con
un
montón
de
comida
y
agua
y
me
explicó
que
había
soñado
con
cuervos
persiguiéndome,
era
símbolo
de
mal
presagio,
y
no
quería
verme
morir.
Me
dijo
que
debía
de
regresar
a
Jartúm
y
hacer
vida
allí.
Tras
muchas
lágrimas
y
un
doloroso
adiós,
me
despedí
de
ella.
Estaba
amaneciendo,
debía
de
darme
prisa,
corrí
y
corrí
pasando
por
el
pozo
con
agua
hasta
que
mis
piernas
desfallecieron
debido
al
agotamiento.
Seguí
andando
durante
tres
días
hasta
que
llegué
a
mi
destino,
siguiendo
las
recomendaciones
intenté
conseguir
trabajo,
pero
nadie
quería
a
una
niña
inexperta.
Pasaron
dos
días,
mis
provisiones
se
habían
agotado,
al
igual
que
toda
esperanza,
hasta
que
un
hombre
de
tez
pálida
y
ojos
azules
me
acogió
en
su
casa,
vivía
con
más
hombres
y
me
prometió
una
vida
mejor
en
Londres,
muy
al
norte,
donde
llueve
todos
los
días
del
año,
y
accedí.
Siete
años después vivo con el mismo hombre, solo que ahora, le llamo
Papá.