miércoles, 17 de mayo de 2017

JULIO CÉSAR NORA RUBIO. "SUEÑOS POR CUMPLIR". PRIMER PREMIO. SEGUNDO CICLO ESO. CURSO 2015-2016

La estación estaba abarrotada; tenía diez minutos antes de que su tren partiera, y entonces recordó todos aquellos momentos vividos a su lado; todos aquellos en los que él había sido su hombro, su mayor soporte. Ahora la tocaba a ella.

Estaba despuntando el día. María estaba frente al andén, sujetando con cariño una urna oscura. Su nieto, Javier, llegaba entonces a la estación con el equipaje y los billetes.

Se dirigían hacia Mondragón, Guipúzcoa. 

María y su difunto marido, Santiago, quien les acompañaba en aquella urna, vivieron durante un tiempo allí, ya 40 años atrás.

En la ciudad vasca no solo la aguardaban recuerdos, también unos viejos amigos que en su estancia allí, supieron sustituir el fundamental puesto de la familia.

Pusieron pie en su destino a la una y media del mediodía.

El día era cálido y apacible, con una brisa refrescante, apropiada para un día veraniego.

En la estación les recogieron Aitor y Mayte, con quienes se saludaron efusiva y emocionadamente.
Almorzaron en un restaurante cercano a la estación y más tarde pasearon por el casco viejo de la ciudad.

A cosa de las siete de la tarde, partieron rumbo a Zarautz. Sería allí; frente a los majestuosos acantilados bañados por agua de cristal, donde María y Javier esparcirían las cenizas.

Hacía ya 7 años desde que Santiago falleciera a causa de un cáncer y desde entonces, tanto Regina como el resto de su familia, deseaban cumplir el deseo de aquel hombre; extender sus restos en el Mar Cantábrico. Sin embargo, las circunstancias y el dinero habían resultado un completo impedimento para efectuar el viaje. Aunque afortunadamente, Javier había conseguido publicar su primer libro, y pese a que éste no fuese a aportarle unos ingresos desorbitantes, le bastaba para costear el viaje de su abuela y el suyo propio.

El día iba cediendo su particular partida a la noche y el sol comenzaba a esconderse tras la interminable masa de agua que se movía de manera tranquila.

En ese momento, Javier sacó un papel perfectamente plegado de uno de los bolsillos de su americana color marino. 

Comenzó a leer:

Saludos, abuelo:

Hoy, como cada día, miro al cielo y te recuerdo. Recuerdo tu última mirada, tu último abrazo, tu última sonrisa, tu último beso y tus últimos consejos. Esos consejos tan sabios y cargados de experiencia que siempre me guiaban por el buen camino.

Aunque desgraciadamente te marcharas hace ya siete años, y tu cuerpo no está aquí, hay algo que permanece a mi lado; de lo que no me separaré en el resto de mi vida. Tu recuerdo.

Has sido mi mayor mentor y referente, el espejo en el que mirarme y aprender, el que transformaba mi llanto en carcajadas en sólo unos instantes, el que me ha inculcado los mejores valores, el que sufrió por mí, el mejor padre, marido y abuelo, un hombre valiente y luchador, bondadoso y amable hasta con quien no lo merecía. Pues tú me enseñaste que al mundo hay que sonreírle siempre, a pesar de los incontables golpes que te dé la vida.

Su voz viajaba en vaivenes constantes y sus ojos estaban vidriosos.

No sabes lo que daría por volver un día a casa y encontrarte sentado en tu sillón, acercarme a ti, sentarme en tu regazo y que me acaricies el pelo mientras siento la seguridad que me aportas. No sabes cuánto me gustaría volver un solo día más a pescar junto a ti, aunque en el fondo no me guste. No sabes lo que daría por verte una vez más, porque estuvieras a mi lado y me ayudaras, como siempre hiciste.

Por aquí todo transcurre con normalidad, abuelo:

Tus otros nietos siguen creciendo sin olvidar quien eres, tus hijos trabajan duro para sacar adelante a su familia, como los enseñaste, tus amigos siguen echándote en falta, y tu mujer, mi queridísima abuela; ella te añora sin descanso. Toda una vida junto a ti no es suficiente para nadie, yo lo sé, por eso la comprendo.

Desde el día en que te marchaste sé que siempre has sido y serás mi ángel de la guarda, y aunque me lamento por no haberlo descubierto mientras vivías, te agradezco enormemente que hagas que mis problemas se disipen. Gracias a ti he aprendido que no es más importante quien mayor lugar ocupa en la vida de alguien, sino quien más vacío deja cuando se marcha.

Abuelo, quiero que sepas que todo lo que soy ahora te lo debo a ti y que, aunque ya no estés a mi lado, te sigo queriendo del mismo modo.

Gracias por todo, abuelo. Cuídate mucho dondequiera que estés, y cuida también de tu familia, en especial de abuela, que es la que más lo merece.

Aitor y Mayte, visiblemente emocionados, permanecían unos cinco pasos por detrás de Javier y María.

Fue ella la que, con los ojos arrasados por las lágrimas, destapó la urna y arrojó con delicadeza su contenido.

Las cenizas comenzaron a revolotear en el aire como dos mariposas, y se perdieron poco a poco bajo los rocosos y alfombrados acantilados.

Desaparecieron en el mar.

El deseo de Santiago logró al fin alcanzar la realidad.