lunes, 15 de mayo de 2017

LUIS ORDÁS ÁLVAREZ. PRIMER PREMIO. SEGUNDO CICLO ESO. CURSO 2014-2015 (FRAGMENTO)

Seguí avanzando por el escarpado paso de la montaña para poder acceder a la zona situada tras la cumbre misma, donde se vislumbraban todos los alrededores. El paso por el que iba ser la única senda para atravesar la gran cordillera que separaba 2 vastas regiones. Por encima de una altitud determinada, empezaron a caer densas cantidades de nieve y una niebla espesa cubrió el poco campo de visión que ya en ese momento tenía. Estaba muy cansado y tenía bastante frío, pero continué dado la poca distancia que me separaba de la cima. Hacía dos años que no veía a mi familia ni a mis hijos, y pensar que dentro de poco tiempo íbamos a estar otra vez reunidos me impulsó a seguir adelante.
A la derecha del sendero encontré una cueva que parecía bastante acogedora, así que decidí quedarme allí hasta que la ventisca cesara. Eran curiosos los monumentos naturales que se originaban en una zona en la que convergían dos climas opuestos; uno era una gran zona desértica, con continuas tormentas, con un clima con grandes variaciones de temperatura entre el día y la noche. Esto, junto con el clima de montaña y taiga que había en esta cordillera, provocaba que se crearan estatuas heladas con figuras concretas de las que colgaban estalactitas de hielo con una enorme belleza. Esta visión junto con las ganas de llegar a mi casa, me ayudó a levantarme para continuar mi periplo de vuelta, mientras la ventisca amainaba y llegaba hasta el pueblo de la cumbre. Allí, recogí provisiones y pude ver a mi amada ciudad, con la que me reencontraría dentro de poco. Me preguntaron unos aldeanos al verme con mi uniforme carmesí, acerca de la guerra en la que habíamos participado, a lo que les respondía que habíamos ganado, aunque solo sobrevivimos yo y otro grupo que perdí en la inmensidad del bravío océano...