miércoles, 17 de mayo de 2017

DANIEL LÓPEZ MARTÍN. ACCÉSIT. 1º Y 2º ESO. CURSO 2016-2017

Una mañana aparentemente tranquila y soleada se dejaba ver en todo el pueblo de Benevolencia y también a través de mis ventanas, que permitían que la luz inundara todas las estancias de mi pequeña casa, en las afueras de la muralla, que protegía la parte del castillo del señor de todo el territorio, Don Mauricio de Buenaseña.

Me levanté de mi cama, y tras unos minutos desperezándome, y retirándome las legañas que no me permitían ver bien, pensé que sería una buena idea ir de pesca. Así que me puse mis ropajes, algo desgastados, pero aún resistentes, cogí mi caña de pescar, y tomé el camino para ir al río, pero... Se me olvidaba algo y no lograba recordar que era. Así, que en voz alta, me puse a hablar solo, en mitad del camino, para ver si conseguía recordar que era lo que se me había olvidado.

Tras un par de minutos, logré recordar aquello que se me había olvidado; si iba a pescar. Aparte de la caña, necesitaría un cebo para que los peces picaran, necesitaba unas cuantas de lombrices. Así que, di media vuelta para dirigirme de nuevo a mi casa y recoger la caja que albergaba serrín y tierra húmeda, con unas cuantas de lombrices. Cuando llegué a casa, abrí la puerta, y recogí la caja, después, me puse de nuevo en camino para ir a pescar. Esta vez no se me olvidaba nada, y me puse a silbar, para entretenerme un poco en mi camino hasta el río.

Cuando llegué al río, me situé en el que parecía el mejor sitio para pescar, en lo alto de una pequeña roca. Coloqué mi silla y mi caña de pescar, a la cual puse el anzuelo. Me senté y, tras seguir el sedal con la mirada, para asegurarme de que no estaba cortado, coloqué a una lombriz en el anzuelo, y lancé el anzuelo al agua, sujetando con firmeza la caña de pescar.

Esperé un buen rato hasta ver que la boya se estaba hundiendo, parecía que un pez ya había picado el anzuelo, y, rápidamente, puse mi mano sobre el carrete, y empecé a enrollar el sedal, para atraer el pez hasta mí. El pez se removía bajo las aguas, oponiendo una resistencia a que fuera pescado. Tras un rato forcejeando con el, conseguí alzar del agua a aquel pez que estaba poniendo tanta resistencia.

Cuál fue mi asombro cuando vi que el pez no era demasiado grande, estaba entre mediano y pequeño, más cerca de mediano. Me pregunté cómo podía aquel pez tan escueto ejercer tanta fuerza, pero en seguida me olvidé del tema, y seguí a lo mío, disfrutando de aquella captura que me había llenado de alegría, pese a que no fuera excesivamente grande.

Tras pescar, me preparé para almorzar un poco, y saqué la pequeña fiambrera de metal que llevaba unos trozos de queso y algo de embutido. Tras terminar de almorzar, guardé la fiambrera en mi zurrón, y me senté a observar el río, y a pensar en mis cosas, completamente tranquilo.

Cuando me percaté de que el Sol estaba empezando a caer, me dirigí a mi casa, pero no sin antes recoger todo lo que había llevado para pescar. Según avanzaba en el camino, observé como el Sol caía, ocultándose entre las montañas, y como la luna se dejaba ver poco a poco, adornando el cielo estrellado.

Cuando llegué, me dispuse a colocar todo lo que había usado a la hora de pescar, y a limpiar mis botas, que estaban llenas de barro y fango, propio del río. Me lavé las manos, que también estaban algo sucias de la tierra, y la cara, para evitar que el sudor se me pudiera introducir en los ojos y esto me pudiera causar una infección o algo por el estilo.

Me puse mis tristes y viejos harapos, los cuales usaba para dormir, y me dirigí a la cocina, donde cogí algo de carne de vaca para cenar. Preparé el fuego, y me puse a cocinarla, vigilando que no se carbonizara, y que quedara con un sutil gusto a sabor crudo, pero estando la pieza bien cocinada.

Tras cenar, me dispuse a irme a la cama, pero no tenía suficiente sueño como para irme tan pronto, así que cogí mi azada y la hoz para inspeccionar que todo estuviera bien, para que al día siguiente, pudiera ir a los campos a trabajar, y volver a esperar tanto tiempo hasta que me volvieran a dejar un día libre, para mi tiempo de ocio.

Cuando me aburrí de estar mirando las herramientas de trabajo, ya tenía sueño, y me dirigí a la cama. Tras tumbarme, comencé a pensar en el genial día que había pasado pescando, al aire libre, pero me acorde de una cosa... ¡Me había dejado el pez en el río!