lunes, 15 de junio de 2020

PABLO ROZALÉN CANO. "JOJO". ACCÉSIT. 1º Y 2º ESO. CURSO 2019-2020

Nos remontamos al año 1890, en un pequeño pueblo al sur de Japón. Allí se encontraba un chaval llamado Jotaro Kujo Jostar quien, desde pequeño empezó a crecer más rápido que todos los demás niños de su edad y a enfrentarse con chavales más grandes que él, sin temor alguno. Ya, a la edad de doce años, comenzó a pelear en la lucha callejera, donde puede conseguir bastante dinero para solucionar la pobreza que había en su casa. Con catorce años, dejó la lucha y empezó a practicar artes marciales y a manejar la espada. Hasta que, a los diecisiete años, destacando por medir metro y noventa centímetros de altura, dejó todos los entrenamientos y se encerró en su casa sin dar ninguna explicación.

Un día soleado, llegó un viejo ex combatiente al pueblo. A Jotaro le pareció un simple cincuentón cascarrabias que se quejaba de todo. El anciano, fue a la casa de la madre de Jotaro y él se interpuso en su camino nada más verle, pero la madre le explicó que ese anciano, era su abuelo. Jotaro se quedó de piedra, ¡ese saco de carne lleno de recuerdos de la guerra era su abuelo, no me fastidies! Pasaron los días y Jotaro no se cruzó la mirada ni una sola vez con el abuelo. Una tarde, Jotaro quiso volver de nuevo a la lucha callejera. Era una pelea fácil, le tocaba pelear contra un hombre gordo y muy lento, aunque pegaba excesivamente fuerte, así es que, como era más alto y más rápido que él, lo tumbaría en un abrir y cerrar de ojos. En la batalla, como Jotaro había planeado, lo derrotó con un puñetazo directo al estómago, aunque recibió algún que otro puñetazo en la cabeza. Al irse de la pelea, se cruzó con su abuelo, quien le había visto pelear y ni si quiera le saludó, pero esta vez el abuelo no se iba a quedar callado, le paró los pies y le dijo:


-Te espero mañana por la mañana en el jardín de tu casa.

Dicho esto, se fue y dejó a Jotaro con ganas de noquear a ese escombro, que diecisiete años después, había vuelto sin que antes de todo, no le dio ninguna señal de vida. Pero, como era obvio, el joven no tenía ninguna intención de ir. A las cinco de la mañana, fue el abuelo a despertar al chaval. Jotaro, al ver que le había despertado, se volvió a dormir, por lo que el viejo no tuvo piedad y le tiró un cubo lleno de agua fría. Jotaro, impactado y cabreado, se levantó e intentó pegarle, pero no pudo, ya que le paró el puño con el cubo antes de impactarle en toda la boca. El viejo se presentó, se llamaba Joseph y había luchado contra gente muy peligrosa y hasta tuvo que derrotar a tres líderes expertos en la lucha cuando sólo tenía la misma edad que su nieto. Y sin más dilación, el viejo le agarró de la oreja y le llevó hasta el jardín. Le explicó que no peleaba tan bien de lo que él se creía y que era repugnante verle luchar y, hasta insultante, para los que luchan en estas calles, pero tenía talento.

Jotaro tuvo que aguantar dos años de entrenamiento duro y a ese viejo cascarrabias, hasta que pudo pelear por fin en las luchas callejeras. Ese día, Jotaro estaba con su característico rostro frío y firme, listo para machacar a quien fuera y con un buen aprendizaje a sus espaldas. Cuando estaba a punto de entrar a la pelea, estuvo buscando con la mirada a su abuelo, no lo vio por ninguna parte. Pero entonces... ¡se encontró con que su contrincante era Joseph!

- ¿Pero, qué narices hace este aquí?

Pensó Jotaro, mientras se ponía el protector bucal.

-¿Una sorpresa agradable Jotaro? Espero que no, porque te voy a machacar.

Dijo Joseph riéndose. Jotaro se tragó las ganas de partirle la cara antes de que sonara la campana. Pero cuando empezó el combate, Jotaro no alcanzaba al cincuentón porque hacía un giro extraño con la cadera.

- ¿Te gusta como finto, muchacho?

¿Qué había dicho, fintar? No tenía ni idea de lo que era aquello, pero estaba visto que era efectivo en combate cuerpo a cuerpo. Golpe tras golpe, Jotaro sólo era capaz de rozar al aire sin tener un directo certero. Cuando Joseph, en medio combate, le explicó qué era aquel movimiento de cadera y el chico se quedó fascinado. Este movimiento se llama fintar, es un movimiento muy eficaz para esquivar los puñetazos del contrincante sin usar ningún tipo de fuerza y el cual cansaba al adversario por usar una fuerza inservible. Éste se usaba en un antiguo deporte de lucha llamado boxeo. Se trataba de una pelea donde se usaban sólo los puños y poniéndolos en una posición característica para cubrirte y defender toda la parte de la cara y el abdomen.

La pelea siguió y Joseph ya había pegado unos cuantos golpes al joven, quien estaba cansadísimo. Joseph aprovechaba cada instante en que el joven se descubría, hasta que Jotaro tuvo una idea. Fingiría que cada golpe que le diese le provocaría mucho daño y cuando el abuelo se confiara, él le daría un puñetazo en la mandíbula que le quedaría k.o. Como lo pensó, hizo y cada vez el abuelo le pegaba con más fuerza y más rápido para poder tumbar al nieto, hasta que pegó sin cubrirse. El nieto se dio cuenta y le pegó un terrible puñetazo en el hígado que le dejó k.o. Todo el público al ver la bestial remontada del joven empezaron a dar gritos de alegría.


Al día siguiente el viejo Joseph le dio la enhorabuena a Jotaro. Él tenía curiosidad sobre ese deporte, el boxeo y preguntó al abuelo. Joseph le explicó que era un deporte bastante eficaz, como has podido experimentar. Jotaro quiso entrenar centrándose en él, por lo que estuvo un año entrenándolo hasta llegar a dominar los conocimientos de aquel deporte tan bonito y deportivo.

Viajaron a Londres, dónde Jotaro peleó contra algunos boxeadores importantes de la ciudad y empezó a obtener fama. Crearon un mote para él, JoJo, las siglas de Jotaro y Jostar. Allí fue donde verdaderamente triunfó, tanto en el boxeo como en las artes marciales. Años después, tuvo que dejar profesionalmente el deporte ya que, tuvo un hijo llamado Guiorno y tenía que pasar más tiempo con él. Le enseñó el arte de estos deportes igual que se lo enseñó Joseph a él, quien ya estaba muy enfermo. Jotaro prometió a Joseph una cosa antes de su muerte

La próxima leyenda del deporte va a ser Guiorno, te lo juro.

Esas fueron las últimas palabras que logró escuchar el ya anciano Joseph, quien en ese mismo instante lanzó un suspiro de relajación y cerró los ojos para no volver a abrirlos nunca más. Tras su muerte a Jotaro le salió algo que nunca se le había visto, una lágrima de dolor sentimental.