martes, 16 de junio de 2020

ADRIÁN BARRADO MARTÍN. "EL ABUELO". ACCÉSIT 3º Y 4º ESO. CURSO 2020-2021

Otro día que transcurría con normalidad. Se notaba una sensación extraña en el ambiente. Estaba algo tranquilo, que es algo poco común, por lo demás era totalmente indiferente. Aunque parecía no haber nadie en la casa, el incómodo silencio que acompañaba a aquella sensación me hacía sentir incómodo. Me levanté de la cama, la habitación estaba completamente a oscuras excepto por un pequeño e intenso haz de luz que se colaba por un agujero en la persiana. Parecía hacer un buen día, por lo que levanté la persiana. Tras ir al baño y lavarme la cara, me quedé contemplando mi rostro frente al espejo del lavabo, como la gran mayoría de las veces, centrándome únicamente en algunos rasgos físicos: el pelo despeinado, las ojeras de no haber descansado apenas, etc, mientras me pregunto quién soy y qué me deparará el futuro. Sé que no hago bien muchas cosas y que tampoco sé qué hacer con todo.

Acercándose el mediodía, no se había escuchado a nadie llegar a casa, suponía que mi madre estaba trabajando y que no llegaría hasta después de las 15:30, que es cuando suele llegar. Mi tío estaría fuera, apenas se de él. Mi hermano y mi abuela… era extraño, apenas salen de casa. Llame por teléfono a mi abuela, su teléfono sonó abajo y, cómo no, otra vez se había dejado el teléfono en casa. Bajé las escaleras que dan al pasillo y vi un pequeño tubo verde que salía de la habitación de mi abuela y cruzaba todo el pasillo hasta el salón. Aquel tubo era inconfundible, pero no sabía qué hacía ahí puesto. Entré en la habitación y vi de nuevo aquellas dos enormes bombonas de metal que hace tanto no veía. Eran las bombonas de oxígeno que utilizaba mi abuelo, tenía que estar todo el día con ellas, apenas podía respirar sin sentir que se asfixiaba. A mi hermano y a mí nos decía que sus pulmones no admitían otro aire. La verdad es que tenía cáncer de pulmón y los tenía en muy mal estado.

Tras recordar todo esto me interrumpió una voz proveniente del salón que dijo “Abre la bombona de oxígeno, Adri” una voz ronca pero con una textura suave, muy tranquilizadora, que a mí me puso los pelos de punta y me aceleró el corazón. Era inconfundible. Sin pensármelo dos veces, abrí la válvula hasta el dos, donde siempre la ponía, después corrí eufórico por el pasillo hasta el salón, directo hacia su sillón, estaba allí, era él, era mi abuelo. Era algo surrealista pero mientras me abalancé sobre él solo me paré a pensar todas las cosas que tenía que contarle y preguntarle. Él me preguntó qué pasaba, como si no se hubiera enterado de nada. Habían pasado casi 8 años desde que él no estaba, aun así yo me sentía muy seguro y feliz.

Empezaron a sonar unas voces de fondo, no las presté mucha atención hasta que mi abuelo empezó a decirme que era un renacuajo como siempre y que tenía que comer más para seguir creciendo, lo mismo que me decía siempre. Escuchando atentamente a mi abuelo, las voces de fondo pasaron a ser gritos cada vez más altos que llegaron a tapar la voz de mi abuelo, lo veía hablar, pero nada más escuchaba las voces. No me enteraba de nada, no aguantaba más, las voces se metían en mi cabeza, lo agarré y pregunté desesperado qué pasaba repetidas veces hasta que, de repente, todo paró. Las voces no se escuchaban, y él no movía los labios. Había un silencio enorme en el que solo se escuchaba los latidos de un corazón que retumbaba. Mi abuelo me miró fijamente a los ojos.

Al rato el latido para.

Una pequeña lágrima sale de su ojo izquierdo, se desliza por su pálido rostro hasta desprenderse y justo al chocar contra el suelo…

Me desperté de un susto. Mi abuela y mi tío estaban discutiendo abajo, mi madre trabajando y mi hermano en su habitación, no había nada ni nadie más.